12 mar 2014

Mi armadura... oxidada.


Nunca dejamos de crecer como personas. La vida se encarga de endurecernos o ablandarnos frente a las situaciones que se nos presentan. Es por ello, que un día cualquiera podemos tender una mano a una persona desconocida, o negar ayuda a algún conocido.

En estos días, un colega necesitaba ayuda “urgente”, se la dí. A los dos días, volvió por más ayuda. En ese momento, la experiencia tomó el control de la voluntad, y a la tercera vez: sencillamente, ignoré. Ese, es un mecanismo natural de “auto preservación”. Siempre me he preguntado el por qué algunas personas no se esfuerzan por intentar resolver sus asuntos, y buscan la vía más fácil (otros) para hacerlo. Quien me conoce, sabe que yo resuelvo mis propios asuntos (en silencio, lo cual es otro tema). Pero, si tengo que pedir consejo o ayuda, lo hago en la medida de lo necesario (el orgullo es lo peor). Y siempre trato de estar ahí para ayudar… pero, sinceramente, las personas abusan de la ayuda, y de lo que uno les da.

Como persona, hace años, llegué a un punto en el que mi armadura (barreras, defensas, temores) la dejé en una esquina… oxidada. Siempre he sido independiente, auto suficiente, terco y paciente. Una combinación algo complicada en un hombre, pero, que lleva a uno por un camino de la vida en el que un problema es solo una oportunidad por superar; el miedo (respuesta natural; distinto al temor, que es adquirido) es una cuestión de probabilidad y persistencia; y el tiempo, bueno, es lo más valioso de la vida.

Existe una gran diferencia entre no encontrar una respuesta y ni siquiera haber tomado el tiempo de buscarla. Bueno, en la vida, uno llega a hacer que las personas encuentren sus propias respuestas sin intervenir. Eso, es un pequeño logro personal del cual todos debemos estar orgullosos. Quizás, es más importante orientar que dar la respuesta, ya que en el camino de esa búsqueda es que se encuentra la verdadera esencia de la vida.

La vida, se trata de caballeros (personas), no de armaduras (barreras). Se trata de tener principios e ideales. De tomar decisiones, sabiendo alterar sus imprevisibles consecuencias. Pero, sobre todo, hay que comprender que “el mundo” (situaciones de la vida) no es un enemigo por enfrentar; sino, algo que sencillamente sucede: por azar o por destino; y que, le puede pasar a cualquier persona. En fin, si nos quitamos nuestra brillante y flamante armadura (psicológica), esa que crea un "muro" entre lo que somos y las personas que nos rodean, podremos enfrentar a nuestro más grande y único adversario: nosotros mismos.